Al pueblo lo que es del pueblo

12 enero, 2007

Del fútbol como anestesia social

Suena un silbato y automáticamente veintidós millonarios en organizada coreografía se lanzan detrás de uno de los objetos más reconocibles del siglo XX: Una pelota de fútbol. Veintidós hombres sin mayor preparación académica que un par de años cursados del primario ganan mensualmente por su actividad más de lo que otros profesionales con más de un lustro absorbiendo conocimientos pueden generarse en un año. Su herramienta son las piernas, su fuerza de trabajo es la aplicación de su conocimiento deportivo en un campo de juego y las utilidades obtenidas son tanto el sobrevaluado ingreso económico como el reconocimiento popular, generador de capital para quien sepa explotarlo.

Su trabajo consiste en ganar... ganar para venderse y generarle ingresos a aquellos entes que hacen réditos de su imagen: El club para el que trabajan obteniendo ganancias por ventas de entradas y operaciones por la transferencia del deportista, productos que gustan de ver su sello distintivo acompañado de una figura que represente el éxito y los medios de información que aprovechan el consumo desmedido de la popularidad.

Esto es posible porque el pueblo reconoce, adora y ubica en un pedestal por encima del resto de la humanidad al futbolista. Su nombre se asocia con el triunfo del hombre promedio sobre las posibilidades de crecimiento social, su figura es el ideal de protohombre y en todas las clases sociales se lo identifica como representante del pueblo, el pueblo que se supera a si mismo logrando reconocimiento y poder. El pueblo consume sus alegrías y sus tristezas, lo clasifica, selecciona e invierte parte de su tiempo de ocio en verlo trabajar.

En el campo del juego el jugador representa al hincha: Parado solo frente a las adversidades y superándolas armado simplemente con lo que recibió de sus raíces y aprendió en los límites del barrio. El hincha genera una relación de identificación con el jugador a partir del deseo innato de cada uno de los individuos de escapar del círculo vicioso de la dependencia al trabajo. No solo admira y cela sus aptitudes para el deporte sino la vida que se permite llevar a partir de éstas aptitudes. Lo glorifica por portar los colores que ama lejos de los límites de la razón ya que la camiseta ocupa un lugar de privilegio en la escala de valores del hincha, quien por ella sufre y se sumerge en un mar de sentimientos enfrentados que escapa a toda lógica.

El hincha consume fútbol porque le permite desentenderse de su realidad. El fútbol funciona como anestesia para la vida cotidiana, permite abandonar la cordura y meterse de lleno en un lugar donde las pasiones se mezclan y donde las obligaciones no llegan. El hincha es semanalmente espectador de una situación de la cual no tiene control pero siente como propia y por eso sufre y festeja. Se siente parte del resultado, un resultado que debe ser satisfactorio para que el fútbol tenga sentido. Sin el triunfo el hincha es un desahuciado y el fútbol se vuelve una carga más que un cable a tierra. Por esto el hincha se convence de jugar un papel determinante en el resultado, se convence de que su apoyo al club / jugador tiene una relación directa con el triunfo. El hincha festeja el triunfo de su equipo porque es en parte su triunfo sobre la realidad que le toca vivir.

Es esta extraña relación enfermiza entre el hincha y el fútbol la que da una veta para hacer del deporte un producto comerciable. El hincha necesita la anestesia para olvidar por un período de tiempo su realidad social y encuentra en el fútbol el lugar donde realizarlo. Lo consume porque lo necesita, porque es agobiante girar en torno al círculo vicioso de la dependencia laboral sin un descanso para la angustia y la impotencia.

El mercado abusa de esta necesidad inventando nuevas necesidades de satisfacción lucrativa. Vende accesos al deporte y productos que llevan su firma porque el hincha descubre que los necesita. El jugador se convierte en una publicidad ambulante que devuelve con imágenes perfectamente visibles el dinero que cobra por lucirlas, el mundo paga altísimas sumas de dinero por retransmitir fútbol de todas las latitudes sabiendo que ese capital va a ser devuelto con creces por el hincha deseoso de tener su dosis de anestesia. Y la obtiene. La obtiene porque es negocio brindarla.

El mercado ofrece, el hincha consume; el jugador cobra por sus servicios al deporte y por su poder de convocatoria de masas generando ridículas y abultadas sumas de dinero, el hincha contempla el espectáculo y se divierte, se aleja de lo propio y se permite el enojo, la sorpresa, el deseo y los exabruptos… es un negocio perfecto: Se venden sentimientos y se recibe en moneda nacional el importe por la pasión obtenida.

El hincha se enamora del equipo. Lo persigue, acompaña y acosa. Le jura fidelidad, festeja sus triunfos, llora las derrotas y siempre perdona. Dedica tiempo de sus pensamientos en idealizarlo, en informarse… en estar ahí cuando lo necesite. El fútbol se vuelve una necesidad, un gasto fijo en el balance del mes, el remedio que cura la enfermedad de la realidad.

Así como en el Imperio Romano instalaba el Coliseo para desviar la atención del pueblo de los problemas políticos y sociales que agobiaban a Roma, la sociedad actual le da al fútbol esta tarea, dándole el lugar del circo… pan y circo.

Y así el hombre se aplaca, se desvanecen los ideales de cambio, se sumerge en un estado soporífero donde el pensar está relegado detrás del disfrutar, del comprar, del observar el deporte y adorar a quienes lo practican. No hay tiempo para sumirse en pensamientos de cambio, el compañero en la vida ahora es un rival en la tribuna. Divide y triunfarás.

El fútbol trasciende los límites políticos y divide regiones. El Mundial se lleva todos los premios en este rubro: Los mejores exponentes del deporte de cada país se unen para representar a sus compatriotas quienes después de cuatro años vuelven a recordar los colores que los unifica y deciden darle a la xenofobia un merecido descanso. Durante este tiempo las clases sociales se desintegran y la sociedad se vuelve una sola, impulsada con un mismo objetivo: creer que su apoyo puede lograr obtener un triunfo en la competencia contra otras sociedades con idénticas ideas.

Cuando el Mundial termina, la sociedad se quita el maquillaje, se rearma la pirámide social, se restituye la xenofobia como ente integrador del país y se vuelve al ruedo... a esperar por otro campeonato para no dedicarse a pensar en la realidad que nos rodea.

3 comentarios:

Aguale dijo...

JA!! Impecable nene!!! Muy bueno, trataré de pasar seguido por acá.
SaludosX

Anónimo dijo...

impresionante. Sin mas, impresionante.

Dwellercoc dijo...

El hombre es pasion, al menos en la misma medida que razón. Tan malo es tirar la balanza para un lado como para el otro.